
Ronaldo, el original, Luis Nazario de Lima, anuncia hoy su retirada. En sus mejores tiempos, el brasileño opositó al olimpo de la pelota. Grande entre los más grandes. No es que fuera un animal, ni siquiera el más salvaje, es que era una manada. Cuando uno es tan bueno que atrae defensas, e imanta rivales y miradas, tiene dos salidas para seguir siendo decisivo. Hacer jugar a los demás, o añadir víctimas sin reparos. Ronaldo se iba de la primera marca, retrataba a la segunda y humillaba a la tercera. La sensación de impotencia en los contrarios era tan diáfana como la de deleite en la grada. No había montaña imposible para aquel primer Ronaldo, el de antes de las rodillas machacadas, un elogio de potencia, una riada que todo lo desbordaba. Cuando el físico lo abandonó, demostró, por un lado, su amor por el fútbol, muchas veces puesto en duda, subrayada su vena hedonista frente a su deseo de volver, el que guió las duras recuperaciones y, por otro, la inteligencia para administrar recursos. Fuerte, fibroso, joven; o cojo, gordo y viejo, el gol siempre abrazó a Ronaldo. Seleccionamos aquí los cinco más significativos.
Compostela-Barcelona. Ronaldo entró en Europa por la misma vía que recorrió Romario, la de la Liga holandesa, en el PSV. Los dos, también, se ubicaron en el foco brillante del fútbol aristócrata en el FC Barcelona. Ronaldo sólo anduvo un año por el Camp Nou pero ¡vaya año!. Marcó 34 goles y ganó Copa, Recopa y Supercopa. Se exhibió por rutina, con un catálogo de goles: definiciones cirujanas, regates brutos, velocidad pura, golpeos secos. El que firmó en Santiago, contra el Compostela, fue icono mundial. Nike lo convirtió en anuncio. La muda secuencia del gol la completaba el gesto incrédulo de sir Bobby Robson. Hablaban las imágenes. Sin palabras, no hacían falta.
Inter-Lazio. A nivel de clubes, a Ronaldo le faltó la muesca de la Liga de Campeones. Sí obtuvo, en cambio, la Recopa en el Barça (con un gol suyo de penalti) y la UEFA en su primera temporada en el Inter. El brasileño marcó, claro, en una jugada que muestra su habilidad para moverse en el alambre del fuera de juego. Pidiendo al espacio, se plantó frente al portero. El baile de Ronaldo frente a Marchegiani, que se derrumba, es una delicia de cadencia suave. Y es que il Fenómeno no era sólo martillo: también sabía torturar con pluma.
Brasil-Alemania. Con las cicatrices de dos lesiones consecutivas de rodilla y hastiado por su mala relación con Héctor Cúper, agravada por su sustitución en el partido clave para el Scudetto, cuando el Inter necesitaba gol, Ronaldo se presentó en su tercer mundial. En el 94 fue campeón, observando la lucha desde el banquillo, adolescente. En el 98 fue subcampeón, superado por el abrumador desgaste mediático, exprimido emocionalmente, desbordado por el ataque epiléptico que sufrió en la previa de la final contra Francia, que jugó en modo zombi. A la cita asiática de 2002, Ronaldo, como Brasil, llegó rodeado de dudas, y salió con el trono recuperado. Decisivo, marcó en todos los partidos, incluida la final, donde castigó un error de Kahn en el blocaje, empujando el pase a la red, intuitivo, cobrando la recompensa de su recuperación previa de balón, sacrificado como nunca en la intendencia. El gol resume al segundo Ronaldo, el pura sangre herido. Le alcanzaba para menos milagros, pero aprendió a valorar la prosa, los goles de oficina. Con aquel peinado horrible, era otro para ser, en esencia, el mismo. El mejor, de nuevo, campeón y Balón de Oro.
Real Madrid-Athletic. En el affaire Ronaldo-Cúper, Moratti se decantó por el entrenador, y el primer Madrid de Florentino (y último de Del Bosque) pescó en el río revuelto. En Chamartín, Ronaldo se especializó, más si cabe, en la definición. Apenas participaba en el engranaje colectivo, pero era devastador en los últimos metros. En él desembocaba la orgía ofensiva de Zidane, Figo, Guti, Raúl, Roberto Carlos… No asió la ansiada Champions (lesión muscular, penalti en Turín, Buffon para a Figo) pero, por fin, ganó una Liga. Fue en su primera temporada, marcando dos goles en la última jornada, en el partido clave contra el Athletic, coronando la fiesta iniciada en invierno, en la Copa Intercontinental, donde igual marcó, e igual festejó, feliz, con esa sonrisa de niño grande tan suya, retornando a la infancia, a la carrera.
Brasil-Ghana. Ya en la cuesta abajo, el Mundial de Alemania fue el vals de cierre de Ronaldo. Tras él, chocó con Capello en el Madrid, acentuó la inclinación geriátrica del Milan, volvió a lesionarse, sumó kilos a su cuerpo y se arrastró en su regreso al campeonato brasileño. Pero antes de decir adiós al máximo nivel, le dio tiempo para ganarse un puesto en los libros de los récords. En el cruce de octavos con Ghana se convirtió en el máximo realizador de la historia de los Mundiales. El control, la bicicleta, el gol. Plástico, felino. El último Ronaldo digno.
foto: http://www.cbf.com.br

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